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Nunca supe mucho de nada

Nunca supe mucho de nada. Y lo poco que he aprendido lo he ido olvidando en el camino.

Solo me queda la certeza de la duda anclada entre las sienes, y el sabor de lo ganado a pulso, del beso robado a tiempo, de la alegría sin nombre que muchas veces he sentido mía.

No envidio al que sabe, él cree que lleva a la vida de la mano y que su destino sigue sus designios. El cree que todo se ve desde su orilla y en su tiempo, Y que la luna asoma su vergüenza solo para iluminarle.

Yo se de otras cosas más agrestes, de otros senderos con luces y miedos livianos, reconozco las voces que añoro y atesoro las sombras que me inspiran. Recojo las migajas de los sueños y rehago mi nombre de a poquito.

No reclamo ningún territorio salvo el de mi cordura, el de mis días de pequeñas glorias guardados bajos cerrojos sigilosos.

Es sabido que no estoy nunca demasiado tiempo en ninguna esquina, que las aristas me brotan de los pies y me señalan siempre otra dirección, otro milagro descalzo que perseguir mientras se vaya mostrando, mientras dure el acorde suspendido entre dos fermatas con tu nombre a cuestas.

Merezco el olvido frágil, el murmullo matutino del que pasa sin aviso y sin prisa. El secreto vaivén de ese mar que un día nos trajo a esta orilla amada.

Yo sigo con mi voz de siempre diciendo mis verdades a medias, mis dudas enteras, mis sueños a tres cuartos y no persigo nunca nada más allá de lo imposible.

Dime ahora cómo cierro este círculo, cómo me deshago en pedazos hasta no encontrarme.

Solo sóplame desde tu palma, irreverente, incontenible. Hálito de nube. Progresión ascendente. Glissando. Pizz. Fin.

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